En los inicios, el té se bebía en China porque era considerado medicina y, como la mayoría de otras hierbas, el té se molía a mano, probablemente en un mortero, hasta que estaba en un estado crudo, similar al polvo.
Los beneficios notables del té molido fueron aumentando su popularidad: aumento de la energía, la conciencia y una sensación de calma concentrada.
Los monjes japoneses que viajaron a China entre los años 800 y 900 dC entraron en contacto con el té y se llevaron consigo a Japón semillas de esa camellia sinensis. En 1191, hay constancia el primer registro de semillas de té traídas a Japón. Ese mérito se le atribuya al monje y misionero japonés Eisai.
Después de ser cultivado durante un tiempo en el norte de Kyoto, se decidió que Uji, al sur de Kioto, era la mejor región para producir té. Con esto nació la tradición del té japones de Uji.
La calidad del matcha siguió desarrollándose en Japón, ya que es el componente principal del Chado, la famosa ceremonia tradicional japonesa del té. A medida que Chado creció en popularidad, el deseo de un matcha de mayor calidad estimuló la creación de métodos de cultivo más sofisticados, que culminaron con las técnicas avanzadas de hoy en día para crear un delicioso matcha.
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