UN TÉ PARA UNA CERAMISTA

Chuion Beck

Ceramista

CATA: Genmaicha Uji

Cuando empecé con la cerámica, a lo que dedicaba la mayor parte del tiempo era a hacer cuencos; hacía tantos que los deshacía justo al terminarlos para usar el mismo barro. En la cultura coreana los cuencos se utilizan mucho. Tanto para tomar el té como en la comida para el acompañamiento de arroz.

La forma es una combinación de sencillez y líneas desiguales que lo dotan de una belleza especial. Es agradable al tacto por los surcos que se forman durante el torneado, los cuales lo hacen parecer algo vivo, en permanente movimiento.

"Es como si fuera el recipiente el que toma tus manos y no al contrario, esa es una de las cualidades de una pieza hecha a mano."

Así fue como el maestro japonés de ceremonia de té Sen no Rikyū se enamoró de la cerámica coreana.

LA NOSTALGIA DEL TÉ

Cuando Verónica, la fundadora de TESUKO, me propuso hacer cata de diferentes tipos de té me vinieron muchos recuerdos de mi infancia; en la zona donde me crie y donde sigue viviendo mi familia, hay una plantación enorme de té. De pequeña la cruzaba andando para volver del colegio y casi siempre me encontraba a mi madre trabajando allí con otros compañeros. Se suponía que yo debería estar en clase de piano y cuando me veía me perseguía para reñirme.

Por eso en mi casa había siempre té verde y matcha para aburrir, que para mí eran cosas amargas que sabían mal, bueno, todo me sabía mal, fui de esas niñas pamplinosas a las que no les gustaba comer más que las cuatro cosas típicas. En esa época se pensaba que beber mucho té adelgazaba, recuerdo ver a mi madre yendo constantemente al baño después de haberse bebido un litro. Por otro lado tenía un olfato increíble y me gustaba olisquear a todo aquello que fuera comestible antes de llevármelo a la boca, algo que es de mala educación en mi cultura. A mi madre le ponía nerviosa y me reñía.

SENSACIONES TOSTADAS

Esta vez he elegido uno de los tés que me ha enviado Verónica y he seguido las instrucciones facilitadas por ella para sacarle todo el partido. 

Genmaicha Uji es un té verde con arroz tostado. He optado por este té porque el sabor y el olor tostado es algo muy común en mi cultura; como batidos de cereales tostados que tienen un sabor muy parecido a gofio de maíz canario, el aceite de sésamo tostado, la sopa de socarra de arroz, etc. Me gusta mucho todo lo que sea tostado.

He probado este té de varias maneras, caliente, templado y frío. De las tres maneras el sabor es muy interesante. Primero abro el bote y lo huelo. El aroma es muy “redondo”, recuerda cereales tostados, ligeramente a alga seca y a algo de dulce cremoso de matcha, a continuación introduzco el té en una tetera previamente calentada.

Según voy echando las hojas de té (sin agua) sube el rico e intenso aroma a arroz tostado, después lo dejo unos segundos que se caliente y lo vuelvo a oler:

entonces recibo una mezcla de olores, como sésamo molido, perilla tostada, gofio, alga nori tostada y algo de nata de repostería.

Cada vez que he abierto el bote y me he concentrado en el olor de las hojas de este té el asombro ha sido una constanteSu aroma en nariz es tremendamente penetrante, atractivo, un olor a humo agradable, una fragancia a fogata que invita a reunirse alrededor de ese fuego, con matices atabacados y dulces, pero a su vez con un toque de amargor a cacao. Es tremendamente groumand.

Adictivo, complejo, puro humo. Es como una vuelta a los orígenes, a esa época donde el hogar era hogar alrededor del fuego. 

Al saborearlo, la primera infusión es muy parecida a la segunda, aunque en esta se aprecia un sabor ligeramente amargo muy agradable, que después da paso a un toque afrutado unido a una sensación muy “limpia”.

Cuando se enfría, el sabor es más potente aunque el aroma disminuye. La textura se torna muy suave y envuelve todo el paladar. Después de la cata me dieron ganas de verter este té al arroz blanco para comerlo. Es una cosa que curiosamente me pasa cuando bebo un buen té.

La próxima vez lo compartiré con buenos amigos como el concepto de ichi-go ichi-e del maestro de Sen no Rikyū, que significa literalmente

 "un encuentro, una oportunidad", una creencia de que cada reunión debería ser muy valorada ya que podría no volver a repetirse.